sábado, 21 de noviembre de 2009

Capítulo 1



En la oscuridad se distinguen las siluetas de una manada de gatos, sobre los muros una algarabía de sombras chinescas. Un edificio medio derruido les sirve de refugio y un hedor a abandono y colchones mojados, de bandera.

El sonido de alguien que se aproxima los pone en alerta, puede ser la anciana que cada noche les lleva comida. Pero la primera piedra es la señal inicial de alarma, la sorpresa. La segunda piedra alcanza a uno de los gatos más jóvenes, que resulta herido. Ya no caen de una en una, es una verdadera tormenta de cascotes. Todos salen huyendo excepto el herido, que maúlla desconsolado pidiendo ayuda. Un muchacho se le acerca, en la mano lleva un palo y en sus ojos color rencor se refleja lo que va a hacer. Levanta el madero en dirección del gato caído.

Entonces ocurre lo imposible. Porque parece imposible que una mano de mujer pueda detenerlo justo en ese instante. Oculta en la fría oscuridad empuja al chico al suelo y lo derriba, que asombrado no reacciona. Ella coge el gato en sus brazos sin que éste oponga resistencia y después lanza una mirada acerada contra los agresores, toda la rabia que crece en su interior disparada con certera puntería.

La gravedad de la noche oculta su retirada, no habrá nadie capaz de verla.
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