martes, 8 de diciembre de 2009

Capítulo 2




Las luces de la navidad iluminan las calles como luciérnagas en la noche. A estas horas sólo las sombras deambulan por la ciudad. Entre la penumbra de un callejón infecto distingue su casa, un local que alquila por poco dinero. De un tirón fuerte abre la persiana que hace las veces de puerta principal. Junto con las telarañas y el polvo, dentro la espera una soledad de color gris. Penetra en la oscuridad contando los pasos, con la misma seguridad con que un murciélago planea en una cueva. Enciende los candelabros que hay encima de una cómoda. La cálida luz de las velas le molesta menos a sus ojos que la impersonal luz de una bombilla.


En mitad del local tiene un sofá viejo, allí coloca al gatito, encima de unas mantas con olor a antiguo, que sigue maullando desconsoladamente, dolorido por la pedrada recibida. Se dirige al cuarto de baño para coger unas vendas y desinfectante. El minino se arquea al verla llegar.
-No te pasará nada.
El amor con que cura la herida lo relaja definitivamente. Luego con sumo cuidado venda la pata lastimada.

El gatito se queda dormido de inmediato. Aprovechando la tregua, ella se acerca hasta su cama, un auténtico remolino de mantas, y es que hace demasiados días que no la hace. Se tumba un rato y coge el libro que tiene en la mesilla de noche, las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. Es la quinta o la sexta vez que lo lee, y siempre ha obtenido la misma conclusión: el peor enemigo del ser humano es él mismo. El hombre no necesita nada ni nadie para destruir un sueño, una vida o un planeta, solamente sus manos y su avaricia.
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